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Lo que aprendí con la serie Adolescencia

La miniserie sigue el caso de Jamie, un niño de 13 años acusado de asesinato que intenta probar su inocencia hasta el último minuto. La relación entre instituciones inestables, familias rotas y violencia en redes queda expuesta. Nuestra corresponsal Alma Pereyra lo analiza en primera persona. (Esta nota contiene spoilers)

Alma Pereyra

Las escuelas y los espacios de formación

Durante los primeros capítulos, en la visita de los detectives a la escuela, me impactó la manera en que los directivos y profesores hablan de los niños. En un momento, el director hace un comentario que re-pensándolo suena violento, refiriéndose a que no deben contener a los niños porque no son “acción social”, es decir, no pueden ocuparse de las dudas e inseguridades planteadas por los padres porque no tienen nada que ver con la formación de los niños por fuera de la escuela. Esto descoloca porque, justamente, el rol de las escuelas es fundamental en el proceso de formación ciudadana y también para la autoconfianza.

Cada una de las faltas de límites que se dejan ver (niños/as siendo irrespetuosos con sus profesores, usando el celular todo el tiempo, entre otras cosas) son verídicas y pasan todo el tiempo fuera de la ficción. Ir a una escuela primaria o secundaria en Argentina y no ver estas cuestiones es poco frecuente. No deberíamos normalizar estos aspectos, más bien ahondar en los porqué para pensar cómo se están formando nuestros niños y adolescentes, cómo nos estamos formando como jóvenes, qué vemos cuando asistimos a clases, cuál es el grado de violencia que se normaliza y por qué, en dónde se encuentra instalada implícitamente y las razones por la que muchas veces no la notamos.

Redes sociales y acceso a la información

Internet y las redes sociales son herramientas muy buenas y poderosas para la gente que sabe usarlas; pero, en niños que están constantemente buscando encajar, gustar y ser “populares” pueden volverse espacios de destrucción de autoestima, amistades e infancia. Los espacios digitales son capaces de darnos información de cualquier tipo, incluso en muchas ocasiones terminamos en un sitio (o con ciertos datos) que no queremos visitar/saber. La cuestión es que no podemos dividir la “buena información” de la “mala información” porque, en realidad, ninguna información es “buena” o “mala” en sí misma. Sencillamente hay información que los niños no pueden procesar y termina generando un quiebre a nivel psicológico.

Jamie -el protagonista de Adolescencia- es víctima de ciberbullying y constantemente lo atacan con emojis. Suena raro porque, al menos yo, uso los emojis con su significado literal. Sin embargo, en una combinación que a simple vista no parece incluir un significado cruel, las niñas lo llamaban “INCEL”. INCEL es un término que deriva del inglés y se traduce como “celibato involuntario”. Con la “regla” de que al 80% de las mujeres gustan del 20% de los hombres, se burlan de él. Se entiende que con eso le decían feo, pero vayamos un poco más a fondo.

En el momento en que los adolescentes comenzamos a desarrollarnos en sociedad intentamos constantemente agradar. Los varones suelen tener un concepto de “hombría” que deben cumplir: tienen que ser heterosexuales, con carácter fuerte y en lo posible conseguir muchas novias. Mientras antes tengan relaciones sexuales mejor, y jamás deben permitir ser tomados como objeto de burla. En esta idea, que continúa perpetuándose, la violencia toma un rol fundamental porque se cree que es la única forma para conseguir respeto.

¿Cómo se articula toda esta información en las redes sociales? Para nada quiero demonizarlas, pero sí hacer un llamado a la toma de consciencia: comentarios agresivos, provocaciones, acoso, burlas, filtración de datos (fotos, videos, información personal) y miles de ejemplos más. Las redes se convierten en un espacio cero amigable, cuando su principal objetivo es hacer amigos. Continúan, durante su “mal uso”, apoyando una lógica de machismo y violencia muy difícil de contrarrestar.

El rol de las familias como red de contención

A menudo escuchamos que las familias son el eje principal de todo y a esto se le suman estereotipos. Por ejemplo, suele pensarse que si los padres cuentan con una buena economía -o estable al menos- el niño tiene garantizado un buen futuro. Igualmente sucede a la inversa: pobreza, sinónimo de futuro perdido. En el caso de la serie vemos que la familia tiene satisfechas sus necesidades básicas: una casa, un trabajo, comida, habitaciones, cama, ropa, e incluso una camioneta; entonces podríamos deducir que el niño tiene posibilidades y acompañamiento, lo que derivaría en un porvenir prometedor. En la “norma” no cabe pensar que, cumpliendo con el patrón de “familia tipo”, Jamie deba entrar en un contexto de delincuencia o criminalidad.

A lo que quiero llegar es que, si bien las familias cumplen y ejercen una vital importancia en la formación de la psiquis durante la infancia y la adolescencia, no son siempre la “gota que rebalsa el vaso”. También es imprescindible el contacto con la sociedad, el conocimiento y posterior crítica a las normas impuestas y al sistema machista -que afecta tanto a varones como a mujeres- y, fundamentalmente, la conversación constante (sin tabúes) con los adultos que deben proteger y enseñar a navegar en los espacios digitales que cada vez migran más hacia los niños y nuevas generaciones.

Es un gran trabajo para todos nosotros, como jóvenes y jóvenes adultos, como sociedad en general, entender que es primordial la comunicación, conceder herramientas precisas que resguarden la seguridad (y la ciberseguridad), proporcionar ejemplos para identificar acoso, abuso y manipulación y aprender a aconsejar desde el amor y no desde el juzgamiento. Por eso, considero que es necesario generar herramientas de protección y acompañamiento desde las familias y los espacios de formación (sean escuelas o instituciones educativas no formales), teniendo en cuenta que los niños y preadolescentes están procesando la etapa más importante de su formación e inserción al mundo.