Claudio “Pocho” Lepratti fue asesinado el 19 de diciembre de 2001. Estaba pidiendo a la policía que paren las balas, en el techo del comedor rosarino donde trabajaba. Bere pasa todos los días por ese lugar y ve la bicicleta que era de Pocho erguida como un faro. En este texto escribe sobre su legado en el barrio Ludueña.
Berenice Leguiza
"Bajen las armas, que acá solo hay pibes comiendo", pero dispararon igual.
El 19 de diciembre de 2001, un miércoles caluroso en el barrio Las Flores de Rosario, una bala ahogó un grito. Los disparos de la Ithaca del policía dieron en el cuerpo de Claudio “Pocho” Lepratti, y en ese mismo momento su último hilo de voz se convirtió en bandera: un legado de amor que otros seguimos y otros seguirán.
Seguramente pensarás, ¿por qué fue así? ¿Por qué un hecho tan trágico tuvo que ocurrir arriba de un comedor? Fue real, un sangriento y oscuro día, como muchos, en las historias que atraviesan los barrios más olvidados, sin privilegios, como el mío: Ludueña.
Quisieron callar una voz y no hicieron más que multiplicarla. Puedo comprobarlo con quienes me cruzo cuando camino:
–Vos te tenías que ir a las 5 de la mañana a un encuentro, y él a las 4.30 ya estaba en tu casa. Pasaba y te tiraba de la cama, levantaba los colchones y hasta que no te despertabas no te dejaba salir tranquilo –dice Peclo, amigo y militante del barrio.
–Uno ve a una persona ayudando y dice: "¡Es Pocho!". Porque Pocho en cada pibe, en cada animador, en las calles que todos los días se caminan con la esperanza de dejar de ser juzgado –dice Lisa, testigo del recorrido que hacía a diario Pocho con su bicicleta.
Podría ser cualquier escuela de barrio de Rosario, pero detrás del muro que divide la desesperanza y la esperanza en Ludueña -Humberto Primo al 5000-, se asoma sobre el mural una bicicleta pintada en negro y ecos de “Pocho vive”. En otra esquina, al lado del comedor, sobre una pared, rebalsa de pintura de colores la frase “Una red de hormigas puede más que un elefante”.
A lo largo de las columnas que sostienen la estructura, hay algunas frases de Don Bosco: “No basta amar a los niños, es necesario que sepan que son amados”, “Educar es cosa del corazón”. Don Bosco, sacerdote y educador italiano. Fundador de la congregación salesiana que está en más de 150 países y hoy, su legado también está en Ludueña.
"Participamos de muchos encuentros, y en esos lugares soñamos con un mundo distinto, un mundo donde quepan todos los mundos", solía decir Pocho, "El Ángel de la Bicicleta".
Lo que motivaba a Pocho está presente en muchos de nosotros, por ejemplo en el padre Edgardo Montaldo, “cura villero” también. “Edgardo andaba por la calle con una cuchara por si querías comer un guiso, un mate y una bicicleta. Él me ayudó mucho, me contuvo, me escuchó, me dio educación en la escuela y ahora ayuda a muchos jóvenes como yo que andan en esas”, dice Mayra, testigo del barrio que nos cuenta en primera persona como Ludueña elige seguir soñando.
El 27 de febrero de 2002 sus amigos se reunieron a festejar el cumpleaños de Pocho, locos en sostener que no había muerto. Se juntaron en la plaza que hoy lleva su nombre y armaron el primer carnaval, que desde entonces se repite. Hoy, veinticuatro años después de su asesinato, seguimos soñando con un mundo mejor. Un mundo donde quepan todos los mundos.
Los cascotes sirven de camino. De esa manera, el barro no te muerde los tobillos. No nos quedó opción, como a Pocho, de sacar cuerpo y poner alas. Como dice la canción que le dedicó León Gieco: “Y ahora vemos una bicicleta alada que viaja por las vías, en las calles”.
Pocho está acá, con nosotros. Lo vemos reflejado en la sonrisa de cada pibe que va a la escuela o en una tarde de lluvia compartiendo con los que queremos. En la avenida y la frontera que transitaba su bici, la línea que divide a Ludueña del mundo pero que también nos conecta con nuestro barrio.
Eso somos, la rueda de esa bicicleta que sigue transitando un caminito de hormigas de barrio, dándonos fuerza para que la bala no calle el sueño que nos hace seguir.
Eso también es Ludueña.