Sobre “La Ballena Azul”

08 de mayo 2017

Una vez más nos enteramos a través de la prensa de un “juego” macabro, que apunta a la ingenuidad y vulnerabilidad de los adolescentes para encontrar eco.

Más allá de las discusiones sobre si este juego existe o no, la realidad es que  llegó a Latinoamérica  y nos interpela a tener que hacer algo con esto desde nuestro rol de adultos orientadores -mamás, papás, docentes, referentes sociales- que nuevamente nos vemos enfrentados a escenarios y miedos para los que no tenemos mucha respuesta.

En primer lugar, por desconocer  en gran medida la mecánica de esta clase de desafíos, y en segundo lugar, porque en la lógica de las redes y del mundo adolescente nos cuesta enterarnos qué hacen los adolescentes en Internet, con quién dialogan, qué mundos exploran. Por lo cual, insistimos una vez más que la clave sigue y seguirá siendo abrir el diálogo con ellos, que estén informados a tiempo, que puedan compartir sus miedos y sus dudas con sus pares y también con su familia, para lo cual, ahí sí se trata de nuestra responsabilidad: instalar esos espacios de diálogo posibles.

En Chicos.net estamos convencidos que un recurso invalorable es la mesa en donde se comparten diferentes comidas. Por eso el año pasado lanzamos la campaña  #cenasinpantallas-, el desafío que propone que, en el momento del almuerzo, el desayuno, la cena, la familia se reuna sin dispositvos. Esta idea estimula a poner “sobre la mesa” los temas del momento, y también, los miedos con los que esta sociedad violenta nos vincula: los adolescentes, como nosotros, tienen miedo.

Es falso creer que los más jóvenes con su “llevarse el mundo por delante” no tienen miedo. La violencia genera miedo, y este juego propone otra forma de violencia, una más de las que sucede a través de las pantallas, generada por un interlocutor desconocido, que inicia el contacto amistoso y que parece imposible que genere un daño, que se gana la confianza de ese joven, que genera lazos en los que el adolescente empieza a embrollarse, donde compromete su intimidad, y queda atrapado entre situaciones de terror y de extorsión.

Aunque la mayoría de los y las adolescentes conversan entre sus pares sobre aquello que los divierte y también sobre lo que los aterra, y no son presas tan fáciles de situaciones que ellos mismos llaman “turbias”, tenemos que estar despiertos ante ese costado vulnerable del adolescente, donde la transgresión o no medir ciertas consecuencias de sus actos son factores de riesgo.

Debemos estar alertas y apoyar a los más débiles, por no encontrar en el grupo de amigos la contención y camaradería que necesitan, por ser discriminados, “bulleados”, aislados. Demos vuelta la escena: en vez de miedo, pensemos que tenemos la oportunidad para aliarnos con ellos y trabajar juntos en escuelas, grupos de educación no formal y otros espacios grupales. Hablar con ellos y ellas, escucharlos, pensar estrategias juntos, nos servirá para salir de la mirada adultocentrista de nuestras reflexiones, y nutrirnos de la mirada de los más jóvenes. Y así, juntos contruir factores de protección desde una base posible y no impuesta.

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